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Thursday, January 26, 2012

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La sutil mirada de un rostro

Pudiera ser que algún aspecto sicológico funcionara en ello, o tuviera que estar íntimamente relacionado, pero lo cierto es que lo que apreciamos en nuestro entorno, las referencias visuales y con ellas todo lo que podemos captar para después actuar a partir de la experiencia vivida, es algo vital en la construcción que se conforma del entorno.
La artista Jacqueline Shaw es una apasionada de mostrar, a través de la pintura, lo que con rostros y miradas recibimos y a la vez comunicamos. Nacida en el Distrito Federal de muy niña fue a vivir a San Diego, y posteriormente a Monterrey donde ha realizado su obra dentro de las artes plásticas con mayor intensidad. Cuenta que de pequeña su abuela tenía su propio estudio en el que claro está, pintaba. En él conoció a Carlos Tejada – maestro de la abuela – quien utilizaba la espátula y esta manera de imprimir los pigmentos en la tela acaparó mucho su atención. Si bien Jacqueline inició sus pasos en las artes plásticas como hobby, en el presente puede hablar de una carrera preñada de exposiciones personales y colectivas en espacios nacionales y extranjeros, así como de reconocimientos en diversos eventos.
Las obras pertenecientes a sus últimos proyectos, apelan al reflejo de todo aquello que se puede lograr a través de la representación de los rostros: la mirada, los pliegues de la piel que denotan estados de ánimos y el paso tiempo vivido sobre esas superficies, así como sentimientos que de ninguna manera la persona puede esconder porque se atropellan para ver la luz a manera de diálogo con los otros, convertidos en observadores. Como consecuencia al estar ante una de las obras de Jacqueline, nos sentimos inquietos, removidos interiormente por el deseo de descubrir eso que ocupa al protagonista, y por sobre todas las cosas deseamos ser parte de esa historia que la imagen nos cuenta reconociendo que estamos ante imágenes provocativas y que nos hacen pensar, como quien al crearlas con toda intención desea que al voltearnos quedemos con la huella en la memoria.
La artista opta por ubicar sus imágenes en un primerísimo plano, y con ello destaca en el discurso visual la necesidad de llamar la atención y concentración de la visualidad del espectador, de manera que no se desvié la mirada hacia otros puntos del plano de la obra. Es interesante a su vez el contraste que logra entre unos y otros – léase los rostros - , y para ello tiene muy presente la prevalencia de unos tonos que sin lugar a dudas están en relación con lo que nos desea comunicar. Si bien Rasgos de mi tierra y Alma expuesta nos muestran dos imágenes en las que priman los colores pasteles, ambas obras son contrastantes en sus significados y expresión de una sicología, en tanto una devela la lozanía e impetuosidad de los años mozos más la otra el transcurrir del tiempo y la dulzura que adquieren con la experiencia y emociones acumuladas, a la vez que cada una denota inusual belleza.
En otras ocasiones esta pintora vincula el paisaje con siluetas, esparcidas indistintamente sobre el plano. Y esto para nada es gratuito; en ello está el ánimo de demostrar cómo los espacios que vivimos adquieren la fisonomía de sus habitantes y viceversa, imprimen todo un carácter referencial acerca de los que pueblan los sitios y a la vez el cómo esos mismos conforman a las personas al asumir maneras de comportarse, de interactuar los unos con los otros, actitudes que quedan al descubierto y aseguran cómo los demás están presentes de alguna manera en cada uno de nosotros. Por otra parte pudieran asumirse los troncos como humanos que luchan por mantenerse erguidos, a pesar de quien sabe cuántas inclemencias de la vida y de los tiempos.
Al ver una y otra vez las obras de Jacqueline viene y va de mi memoria, las letras de un hermoso poema musicalizado que reza:

“Tu mirada es el más perfecto modo
De decirlo todo, todo, aunque no hayas dicho nada”*
*Décima del poeta Renael González Batista.

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